LA CAPITAL QUE APRENDIÓ A VOLAR

En Ottawa, el frío siempre llega primero. Cruza el río, se cuela por las grietas de los viejos edificios del Parlamento y se instala sin pedir permiso. Pero esta vez, en medio del hielo hay algo distinto. Algo que no tiembla. Algo que no esperó a que llegue el verano. Se llama Ottawa Rapid FC y no vino a decorar el calendario deportivo. Llegó para sacudirlo.

No nació de una moda ni de un impulso publicitario. Nació de una ausencia. Del vacío de las gradas donde nunca se coreó el nombre de una jugadora local. Del silencio de las calles donde niñas pateaban balones sin saber si habría un “después” real. De la mirada de una generación que se preguntaba: “¿y nosotras cuándo?”.

Pero no hay nada romántico en la espera. Durante años, décadas, las mujeres canadienses amaron un deporte que no siempre les devolvió el mismo amor. Entrenaron en campos congelados, compitieron en ligas invisibles, celebraron goles en estadios vacíos. Jugaron por amor, sí, pero también por testarudez. Por el deseo indomable de no rendirse nunca.

Y cuando por fin el calendario marcó 2024 y el anuncio fue oficial, algo se quebró. Porque por fin había un nombre. Un escudo. Un lugar. Ottawa Rapid FC.

Hay una belleza salvaje en el símbolo que eligieron: un halcón peregrino. El ave más veloz del mundo. No es casualidad. Las que estarán en la cancha no correrán sólo tras un balón: correrán por todas las que no pudieron antes. Son hijas de un país que tardó demasiado en tener una liga profesional femenil pero que ahora las lanza como proyectiles con décadas de fuerza contenida.

Cada jugadora que firma un contrato, que entra al vestidor, que pisa el césped del TD Place, no lo hace sola. Lleva a cuestas una fila interminable de historias: la niña que escondía sus tachones porque le decían que “eso no es de niñas”; la adolescente que fue la única chica en su equipo; la madre que dejó todo por correr detrás de un balón en otro país. Y también la hincha que pensó que jamás tendría un ídolo que se pareciera a ella.

Y ahora, ahí estarán. Desiree Scott, la veterana que regresó del retiro no por nostalgia sino por convicción. Y al frente, como estratega de esta epopeya, Katrine Pedersen. Una mujer que dirige con el peso de quien ha vivido el juego, no sólo desde la táctica sino desde el alma.

¿Y QUÉ SIGNIFICA ESTO PARA OTTAWA?

Significa que ahora, miles de personas se reunirán no sólo para ver el futbol sino para celebrar posibilidad. Una madre se sentará en la tribuna y le dirá a su hija: “¿ves eso? Algún día podrás ser tú”. Un abuelo que jamás fue fan del futbol compra un boleto porque su nieta le habló de Desiree como si fuera una superheroína. Una adolescente se tomará una foto frente al estadio y la posteará con el mensaje: “quiero jugar aquí”.

Ottawa no es un punto de llegada. Es un punto de partida. Porque cuando la historia se construye desde la emoción y no desde la costumbre, algo profundo sucede. Algo que no puede medirse con estadísticas pero que transforma y deja marca.

Y mientras el balón sobrevuela el estadio con las luces encendidas y los cánticos elevándose, una ciudad entera se reconoce en el reflejo: valiente, veloz y libre.

Este es el primer capítulo, pero no el último. Porque esto no es sólo futbol, esto es el rugido de una nueva era y Ottawa ya aprendió a volar y no hay nada ni nadie que detenga a un halcón en pleno descenso.